Mi patio olía a verano.
Una parra trepaba hasta el alero.
Había rosas, geranios y jazmines
como tules de primera comunión.
Una escalera de hierro,
verde a la luz del Sol,
y plomiza en los días grises,
se enroscaba hasta lo más alto.
En el centro, un macetón
gigante que siempre reía,
miraba embelesado
a la fuente de alabastro
que, desde su esquina,
bebía los vientos por él
y jugaba a seducirle
con el cántico de sus chorros.
En los baldosines del suelo,
brillantes como espejos,
se reflejaba la plenitud de mi sonrisa..
Mi patio de niña
olía a veranos de añoranzas.
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