El niño
contento
jugaba entre
coches aparcados.
En sus manos
un sobrecito de cromos,
en sus ojos
verdes la ilusión
de no tenerlo
repetido.
No sentía otra
cosa.
No vio al
miedo acercarse.
Un estallido lo
envolvió todo en humo.
Una bomba
prendió como artificio letal
en un coche rojo
igual que la sangre,
y sus llamas llegaron
al cielo.
El chico de
los ojos verdes,
tirado,
mantenía entre
sus negros deditos
un sobrecito
quemado.
Su ataúd fue
blanco,
blanco el
velo que lo cubría,
negra la pena
de todos.
y un trocito
de su último cromo
sobre la esquinita
de su caja.
Unas manos
asesinas
con motivos
miserables,
lo enterraron
en la nada.
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