El fantasma dando un bostezo, entró en la vieja
cocina, antes de que el Sol se despertara.
María, la cocinera, a pesar de sus muchos años, ya
tenía preparada una bandeja de apetitosas magdalena tiernas y doradas, formando
una gran montaña, invitando a un banquete de sabor. El café humeaba en la
vetusta cafetera.
Como todos los días desde hacía ya un par de meses,
María no se explicaba que le faltaran algunas
magdalenas de la fuente y le sobrara un vaso sucio de café cada día.
Una vez se hubo dado el banquete, el fantasma, con su
sabana reluciente, aunque eso no se percibiera, y su cadena y bola
abrillantadas porque era muy limpio, dormitó un rato en un sillón del antiguo
salón haciendo tiempo para la esperada entrada de cada día. A los pocos minutos
se produjo: entró Marta, la sirvienta. Chica para todo. Limpiaba, abría la
puerta, cogía el teléfono, anunciaba las visitas. Eran vestigios de pasadas
grandezas venidas a menos.
El fantasma como siempre, la miraba extasiado. En secreto
estaba enamorado de ella. De sus rizos rubios, sus bonitos ojos tan celestes
como un día sin nubes. Su “adornada” pechera. Ejem., ejem. No debía ser, pero
aún le “ponía” una buena delantera.
Marta canturreaba limpiando el polvo, aunque más que
limpiarlo lo pasaba de un lugar a otro con su florido plumero. Barría y dejaba
lo barrido debajo de la deshilachada alfombra, que el fantasma no se explicaba
cómo una alfombra tan vieja pudiera tapar tanta basura. Aunque a él le daba lo
mismo, solo tenía ojos dentro de su inmaculada sábana, para la chica.
Cuando Marta terminó y salió del salón, no la siguió
se sentía un poco perezoso. Se fue por las escaleras a la primera planta. Tenía
que subir porque era capaz de atravesar las paredes, pero no de volar.
Buscó un dormitorio para echarse un rato hasta la hora
de comer. Era primavera y sentía el cálido cansancio que produce, incluso en
él.
Por eso, no tenía ganas de pasear por el inmenso y
poco cuidado jardín, esa especia de parque silvestre. Tenía tantas ramas caídas
y hierbajos, que más de una vez se había ido de bruces al suelo. Cuando no, los
perros al salir de sus perreras
corriendo sin control, se lo habían llevado por delante. No, ese día se
quedaría tranquilo en un dormitorio donde se estaba muy calentito.
Primero entró en el dormitorio de la señora. Más
rápido salió de él, pues la “dama” estaba enroscada entre las piernas de un
doncel y no se distinguía bien de quien era cada pierna. Al salir pensó que
el trasero de ese chico, debía ser de
alguien nuevo en la casa, pues él no lo recordaba y tenía buena memoria para
esas “visiones”.
Entró en el cuarto del señor y allí estaba éste con
Fabián, su chófer, jardinero, guardaespaldas, todo en uno. Muy acaramelados
comiéndose la boca.
Ya un poco harto, el fantasma siguió por el pasillo
hasta el dormitorio de Marta. Pensaba que estaría vacío ya que la chica
seguiría con su simulacro de limpieza. Gran equivocación, allí estaba Marta,
pero ¡horror! no podía asimilar lo que estaba viendo. Sus hermosos rizos rubios
eran una peluca y estaban colgados de una percha .Ella en realidad tenía el
pelo castaño tieso como escarpias. Los ojos celestes estaban en un estuche de
lentillas, y sin maquillaje, no eran ni la cuarta parte de lo que parecían.
Encima de la cama había un Wonderbra de cualquier forma echado
El fantasma no pudo más y desesperado se pegó un tiro
y se murió de nuevo.