Tus
camisas planchadas,
ordenadas
en los cajones
como
filas de soldados.
La
comida en la mesa
puntual
como el té inglés.
Tu
agradecimiento inexistente,
unas
palabras perdidas,
más
de una exigencia,
algún
exabrupto.
Cada
rato, cada día.
Todos
los días
desde
nuestro enlace.
Por
fin he abierto los ojos
dejando
huir a las lágrimas.
He
preparado tus maletas
en
la misma entrada.
Tu
egoísmo, tu egolatría
no
daba crédito.
Y
he dado el mejor
portazo
de mi vida.
Que realidad más triste y más comun de lo que se deseara.
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