Alargo mi brazo
y solo toco el vacío.
Miro a lo alto y veo nubarrones.
Quiero sentarme, sin
asiento.
Estoy rodeada de gente.
La reunión reboza de
alegría,
festejamos a una
octogenaria.
Se brinda porque ha llegado
y se desean muchos más.
Triste alegría
porque lo que va a llegar
aunque metamos la cabeza
entre almohadones,
es más vejez,
más achaques,
más decadencia.
Sabemos que es mejor
que velas negras.
Yo no hubiese
cantado felicidad,
hubiese cruzado los dedos
para que la decrepitud
se quedase en la puerta.
Mejor dar gracias
por seguir disfrutando
del regalo que es la vida,
y chocar las copas
con la octogenaria,
negando toda amargura.
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