Se vislumbra la llegada del día
como si llamase a la puerta.
El Sol asoma por el horizonte,
trae como siempre, su saca
con rutinas o novedades.
Te levantas, enchufas la cafetera,
el cotidiano olor a café
se esparce de manera agradable.
Enciendes la compañía
de color de la televisión.
Casi todo malas noticias.
Acabas por apagarla
tirando del mando tan negro
como pintan el porvenir.
Mejor mirar por la ventana,
mientras saboreas ese café
caliente, como licor celestial.
Y pones tu mente en blanco
agarrado a la confianza
de que sea un buen día.
Y sueñas con un mañana,
de amaneceres sin aprensiones
ni malos augurios,
hasta que las sábanas
vuelvan a acogerte, con sabor
de buena esperanza.
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